lunes, 28 de marzo de 2016

Cartas para el Canillas

Comienzo esta semana sin apenas tiempo libre, pero compartiendo este párrafo del relato titulado Mi gran hada, incluido en mi libro Cartas para un país sin magia
¡Que nadie abuse de nosotros y mucho menos de nuestros pequeños!

"Puede que sea por venir de un pueblo o porque sepa muchas de las preguntas que la maestra nos hace, pero el caso es que los niños de aquel colegio en la capital no me tratan bien. Se ríen de que acuda a la escuela de la mano de mi madre y que le despida con dos besos antes de entrar. 
- ¡Qué cursilada! ¿Por qué no nos besas también a nosotros?
Por eso yo, disimuladamente, procuro soltarme a unos metros de la puerta, enviándole ese ademán en la distancia. Estoy seguro de que ella lo comprende aunque nunca diga nada.
Aquellos compañeros no quieren que participe en sus juegos, y cuando caritativos lo consienten, hacen trampas.
- Te ha tocado... -y el que da la vez me señala-. La pagas tú.
- ¿Por qué? Si has recortado la letra de la estrofilla. La has dicho mal.
Aprendo la lección: quien ejecuta una idea puede no ser el que la ha pensado.
En efecto, me doy cuenta de que las letanías que preceden a esos juegos siempre terminan en mí. Sólo la victoria les hace feliz.
Vale más no jugar ni poner la otra mejilla.
Misericordiosos, deciden cambiar las normas para que acepte participar. Esta vez el sorteo se hace eligiendo papeletas. Pierde el que saque una cruz. Mira por donde, la saco yo.
La pago, pues así son las reglas y las he asumido de antemano; lo justo parece justo. Y la pago mucho, porque cada vez que libro vuelven a pillarme a mí. Nadie se cansa de ganar.
Hacemos otro sorteo y alcanzo nuevamente el pliego marcado. ¡Qué desgracia! Encontrar una mano inocente en estos tiempos resulta complicado. Y si el azar no acompaña, la cosa empeora.
Así cada día. Hasta que descubro que todas las hojas tienen esta marca, y que el resto de la pandilla se ha puesto de acuerdo en esa estrategia para que sea el primero en pagarla. Los infelices nunca cambiarán.
No quiero jugar con ellos porque me engañan. En especial el Canillas, mi rival número uno; ese enemigo íntimo que dirige al resto con su sutil poder de persuasión. Ser malo nunca ha sido tan bueno. ¿Acaso nadie le enseñó modales?
- Eres una gaviota: tonto de lejos y de cerca idiota.
No digo nada; solo lo pienso:
- Tú sí que lo eres de verdad".

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