viernes, 26 de mayo de 2017

En ese acuario llamado Tolerancia

Cierta noche de invención literaria imaginé que, aun siendo tan distintos, vivía en un acuario compartiendo pecera con otros semejantes. En ella estaba el Pez Rémora, adherido siempre a algún Tiburón, del que se aprovecha para desplazarse y comer con lo que pesca… El Pez Dorado, cuya memoria dura tan poco que puedes contarle diez veces el mismo chiste desde la certeza de que siempre reirá… El Gurami Besador, cuyos besos –lejos de ser cariñosos, como tantos besos- causan daño en sus luchas rituales… El Pez Pulmonado, quien puede vivir meses fuera del agua en un estado de animación suspendida… El Pez Piedra, que camuflado en los fondos marinos aguarda a sus presas con un veneno de lo más dañino… Algún Pez Volador, capaz de escapar del agua planeando cientos de metros con sus aletas extendidas… El Pez Payaso, repleto de contrastes que nos hacen sonreír… Y el llamado Pez Luna, considerado el pez óseo más pesado del mundo, con ejemplares que superan las dos toneladas. Su nombre le viene de esa forma redondeada que le caracteriza, aun cuando haya quien piense que debería llamarse Pez Sol, pues gusta de calentarse bajo sus rayos recostándose sobre la superficie del océano.
Al margen de las cadenas tróficas que impone nuestra Naturaleza, en aquel espacio cada cual aceptaba a cada cual. De hecho, la vida sucede porque existe el respeto de los unos con los otros. Sin transigencia no habría nada. No obstante, al igual que hay velas encendidas y velas apagadas, estrellas que lucen y estrellas que no, hay personas –como ocurre con los peces- más brillantes y más opacas. Por fortuna, en ese acuario llamado TOLERANCIA cabemos todas.

Nota: Fragmento perteneciente al relato titulado El origen de los sueños, incluido en mi libro Catorce lunas llenas

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