martes, 28 de julio de 2009

Mi abuela Concha

Mi abuela Concha solía contar cosas que pudieran servirnos cuando fuéramos mayores. De su mano aprendí a qué saben los besos (a uvas con queso), el lenguaje de las flores (rojo significa amor pasional, amarillo es amistad, blanco equivale a pureza) y algo imprescindible en nuestra vida: que cada cual administra sus sentimientos como quiere.
En su infancia tenía dos amigas: Carmen y Josefa. La primera conservaba un tarro de cristal del Nescafé lleno de canicas; cada una de un color, recordando al de los ojos de algún familiar cercano. La segunda escondía en una caja metálica del Cola Cao cientos de mechones; cada cual de una tonalidad, simulando a la del cabello de cuantos muchachos le atraían. Y por fin, mi abuela poseía una caja de bombones de Nestlé en la que guardaba todos los relatos, llenos de amor, humor y mar, que le escribiera ese novio llamado Ildefonso. En sus costumbres respectivas, Carmen, Josefa y Concha convirtieron en reliquia un simple envase. Vidrio, latas y cartón elevados a la categoría de tesoro. Quizá por ello, yo acostumbre a guardar mis afectos entre las páginas de los libros que escribo.

2 comentarios:

Cristina dijo...

Un escrito precioso Manuel, como tu libro.Hoy termino de trabajar y me voy de vacaciones hasta el 15, que por si no puedo leerte alli te deseo tambien un buen verano.Disfrutalas y sigue escribiendo.Besos

Manuel Cortés Blanco dijo...

Gracias, Cristina.
Te reenvío ese deseo de un verano estupendo... y mi palabra de que mientras me sigáis leyendo no dejaré de escribir.
Mil soles y sonrisas.

Manuel.