lunes, 17 de marzo de 2014

Mi sobrina Paula

Mi sobrina Paula acaba de pasar sus vacaciones en la playa. Estuvo en Salou con sus papás, el mismo destino al que algunos agostos nos escapábamos en nuestro SEAT-600. Aun sin ser la primera vez que ve el mar, cada ocasión le parece la última: corre, grita, lo toca, lo besa. Se baña con sus olas, construye montones de arena, entierra con una pala los pies de mamá. A pesar del calendario, muchas cosas siguen siendo las mismas.
Por eso, ayer le hice preguntas relacionadas con aquello que acaba de ver. La primera, sencillita: ¿por qué el mar tiene sal? Su respuesta sorprende.
-  Porque si tuviese vino, los peces estarían borrachos... Y si hubiera  café, no se vería nada, las ballenas se desvelarían y no podrían dormir.
Metidos en faena, sigo con mi cuestionario: ¿por qué hay tanta agua? En esta le he pillado; no la sabe. Contesta por si acaso.
-  Alguien se dejó el grifo abierto.
¿Y por qué luce de color azul? Estoy especialmente interesado en saber su teoría.
-  Lo iban a pintar de rojo pero se quedaron sin pintura. Luego dijeron que verde... y tampoco había. Entonces, ¿qué colores quedan? Solo azul. Y lo pintaron de azul.
Cada vez me gusta más este juego. ¿Por qué el mar tiene olas?
-  Porque se mueve mucho, no sabe estar quieto... como Andrea -y señala a su hermana.
¿Por qué hay arena en la playa?
-  Para que podamos hacer castillos... para que pongamos la toalla y notemos blandito el suelo. ¿Te imaginas que estuviera llena de pinchos?
Ahora no puedo hacerlo. Al lado de Paula, la imaginación está siempre de su parte.
Una última pregunta antes de terminar: ¿qué es lo que más te gusta del océano?
-  Las sirenitas.
Las sirenas no existen. Se lo hago saber. Entonces ella me reprende.
-  ¿Cómo que no? Si estuvieras más atento las habrías visto. Son las que hacen las olas.
Lleva razón. Quisiera ver muchas cosas desde el prisma de un niño. No renunciar a su Magia, a sus detalles. Sin que nadie robe sus sueños o ponga pistolas entre sus juguetes. 
Paula, como tantos chiquillos, está en edad de sorprenderse, de sorprendernos. Tiene pleno derecho. Sin envidias ni dobles intenciones; y lo más importante para ella: sin dejar de jugar.
No hay duda: cada vez que una sirenita sonríe, nos regala una ola. ¡Mira que no darme cuenta!

Nota: Párrafo perteneciente al relato Aquella bicicleta de Seyyid, incluido en mi libro Cartas para un país sin magia.

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