De siempre me he definido como una persona a quien lo que más le enfada es precisamente eso: enfadarse. No en vano, sentía lástima por aquellos individuos que disfrazan su enojo bajo el ceño fruncido o niegan cualquier sonrisa por el hecho de que algo les molesta.
Sin embargo, quizá debido al dolor de columna o por ese analgésico en cuyo prospecto figura un misterioso Puede provocar cambios del humor, confieso que últimamente me indigno demasiado. En un mundo en el que faltan acuerdos y sobra intolerancia, me irrita sobremanera esa guerra despiadada que asola una parte de nosotros, acongojándonos al contemplar sus dramáticas consecuencias... En esta crisis climática, energética y de valores que vivimos, me contraría observar cada mañana el uso irresponsable de tantas estufas de terraza -utilizándose incluso como mero adorno, estando el local cerrado-, consumiendo recursos importados o emitiendo gases de efecto invernadero... Me encorajina organizar algún evento solidario y que aparezca quien menos te lo espera haciendo cuentas con su calculadora... Me exaspera guardar dos horas de cola para abonar el enésimo impuesto de la enésima administración... Me encrespa llamar cien veces a mi centro de salud y acabar en mil de ellas conversando con una computadora... Me cabrea otra subida de precios con su pérdida consiguiente de poder adquisitivo, el encarecimiento de cada hipoteca y sus consecuencias a final de mes, lo que cuesta llenar un depósito de gasolina, no encontrar aceite en el supermercado porque alguien -preso del miedo, aún sin saber exactamente a qué- acaparó con todas las existencias, que habiendo calima parezca que anduve por el desierto, que algún despistado deje abierto el portal existiendo tanto amigo de lo ajeno, esa derrota de nuestro equipo por una injusta decisión arbitral...
Ciertamente, desde aquel percance en aquella carrera, parece que el enfado se vino a vivir conmigo. No obstante, tampoco me preocupa demasiado. Como cualquier otra emoción, tenemos pleno derecho a sentirla y el reto de saberla gestionar, desde la convicción de que puede decirse todo; la clave, simplemente, radica en el cómo. Y es que -parafraseando a cierto filósofo griego-, hasta que vuelva a ser aquél que nunca se enfada, solo aspiro a enojarme con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y, por supuesto, siempre del modo correcto.
3 comentarios:
Hoy hace 16 años que se fue nuestra madre. Más que enfado, siento soledad y tristeza. Me da la sensación de que hace tiempo que el amor en mi vida y familia ha quedado difuminado en el pasado. La situación actual es muy triste y lamentable. Guerra, inflación, descontento generalizado... Espero que la próxima primavera traiga más esperanza. Es lo último que se pierde.
Manolo si tú enfadas, mal estamos. La paz y felicidad empiezan en uno mismo. Un abrazo
No se podría haber expresado de mejor manera y, sobre todo, la conclusión debería ser el principio por el que regirnos todos. No está mal enfadarse y protestar por una injusticia pero , como dices tú, a propósito, en la medida y lugar adecuados, contra quién lo merezca!!
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