A mis padres, a mí mismo y a mi mujer. Así y por ese orden han sido las dedicatorias de las tres obras que he escrito. Unas líneas sentidas al principio que, más allá del gesto protocolario, suponen un compromiso emotivo hacia la persona que se cita. Tal vez por eso tenga la rara costumbre con cada libro que leo de comprobar a quién brinda sus líneas el autor.
En el caso del escritor Juan Granados y su Sartine y la guerra de los guaraníes el destinatario de tal detalle ha sido su hijo Juan, “un chico de cinco años aunque aparenta seis” al que le han dedicado una novela de lo más entretenida.
En ella un personaje de serie, Nicolás Sartine, hombre de mar e intendente del Rey, recibe el encargo de valorar el estado de las colonias jesuitas del Paraguay antes de que entrase en vigor el Tratado de 1750 que establecerá una nueva frontera entre los dominios de España y Portugal. A pesar de su entrega y osadía, sustentada en la fidelidad de tantos camaradas, la empresa no será fácil. Una sucesión de circunstancias e intereses enfrentados permiten a Granados tejer una trama que mantiene en guardia al lector al tiempo que le divierte, instruye y entretiene.
De manera paralela aunque menos desarrollada, esta historia se intercala con otra sucedida dos siglos antes encabezada por el arquitecto Juan Bautista Villalpando, “el ignaciano engreído”, y que narra otros detalles relacionados con el desarrollo de las colonias o la vida jesuita, incluyendo una utopía: la del Templo de Salomón en tiempos de construcción del Monasterio del Escorial.
Con ese trasfondo Sartine y la guerra de los guaraníes resulta una novela amena, bien documentada, de prosa tan cuidada como fácil, tremendamente visual, con muchos detalles divertidos (algunos amparados en los hábitos de su protagonista) y una gran lección de Historia. Así, de la mano de sus actores nos adentramos en la vida de palacio, paseamos por los escenarios del Nuevo Mundo conociendo a las personas que hicieron posible aquella gesta, descubrimos la cultura guaraní -incluyendo la disposición de sus miembros a defenderla-, nos recreamos con detalles arquitectónicos de la época, contrastamos cada personaje (sea real o ficticio) que aparece. Todos descritos con maestría psicológica, destacando el trato que precisamente dispensa a Nicolás Sartine: mujeriego, fumador de pipa, bebedor… pero ante todo valiente, leal y con gran capacidad negociadora ante cualquier reto, augurándole por ello otros nuevos de cara al futuro.
Las citas referenciadas, los apéndices y sus mapas explicativos contribuyen a resaltar la veracidad de su contexto, validando el apunte de que Juan Granados es actualmente uno de los más rigurosos autores en el panorama de la narrativa histórica española.
En definitiva, un libro recomendable (en especial para los amantes del género) por combinar aventura con negrita, entretenimiento en cursiva e Historia con mayúsculas. Seguro que Juan, ese Sartine pequeñito a quien se lo han dedicado, lo disfruta de mayor como el que más.
sábado, 4 de septiembre de 2010
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