sábado, 28 de junio de 2014

Zapatos para un Principito

No hay mejor indicativo de que mi cuerpo progresa adecuadamente que el tamaño de los pies. Necesito un número más cada dos meses. Por eso mis tíos me han hecho otro regalo tan útil como valioso: un par de zapatos. En él he descubierto dos nuevas paradojas de ese universo que rige ahí afuera. La primera, que cuanto más cómodos sean, mayor es la sensación de andar descalzo… y la segunda, que pese a ser más pequeña, la ropa de niño cuesta más que la de los grandes.
A su vez, del cuento de la Cenicienta aprendí que unos zapatos pueden cambiar tu destino. Y además que con ellos ocurre lo que con la vida: solo quien se los pone, sabe exactamente cómo le quedan.
Regalar es otro de esos verbos que forman parte de la condición humana. De hecho, cuando me hablan de dinero, cambio de conversación. La existencia nos viene regalada, la generosidad constituye la base para ser felices, el amor lo damos gratis porque gratis nos lo dieron... Y sé que alguien llamó presente al momento que vivimos porque, sin duda, se trata de un regalo.

Nota: Párrafo perteneciente al relato El sabor del mar, incluido en mi libro Nanas para un Principito.

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