martes, 7 de julio de 2015

En defensa de las vacunas

Desde mi condición de médico especialista en Medicina Preventiva y Salud Pública, como no podía ser de otra manera, soy un firme defensor de las vacunas. No en vano, con la experiencia vivida, he acabado haciendo mía esa proclama de la Organización Mundial de la Salud de que "a excepción del agua limpia, ningún otro factor -ni siquiera los antibióticos- han ejercido un efecto tan importante en la reducción de la mortalidad de la Humanidad como las vacunas".
Sin pretender generar alarmas ni ser oportunista, simplemente como técnico del Centro de Vacunación Internacional en el que desarrollo mi trabajo, me preocupan los conceptos equivocados que muchas personas tienen al respecto. Regularmente atiendo a viajeros que, aún desplazándose a zonas endémicas, optan por no vacunarse porque "a mí nunca me pasa nada", "las vacunas contienen toxinas" o "lo natural es no ponerse ninguna". De hecho, suelen ser los más jóvenes quienes prefieren asumir los riesgos de su no administración.
Sin pretender tampoco juzgar a nadie, creo que deberíamos desterrar esos conceptos absolutamente erróneos. En nuestro medio y con nuestros medios, considerando siempre las contraindicaciones que cada una pudiera tener, contamos con la certeza de que esas vacunas resultan seguras -tanto para quien se las pone como para su grupo, por el efecto rebaño que producen-, son uno de los fármacos que pasan por más controles de calidad y, sin duda, su administración es una de las medidas más eficientes que existe.
Es cierto que, como cualquier otro medicamento, cabe la posibilidad de que una vacuna provoque en determinadas ocasiones algún efecto secundario; no obstante, todos los expertos coinciden en que los beneficios potenciales de recibir la inmunización superan con creces a esos posibles inconvenientes.

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