Ocurrió hace un mes en cierto parque de mi ciudad. Allí, subida en aquel columpio, la Sirenita improvisó otro salto al aire que me obligó a sujetarla a peso, sintiendo en ese momento un fuerte dolor de espalda. Desde entonces arrastro esa lumbalgia que se ha venido de okupa a vivir conmigo. Y aun cuando al principio apenas le diera importancia, al final he tenido que rendirme a su constancia.
Nuestra amiga Soraya afirma que el cuerpo, -siempre sabio- nos habla en todo momento, si bien a menudo nos negamos a escucharlo. Y quizá con esta dolencia, el mío me gritase que parara. Así lo acabé haciendo, teniendo que dejar de trabajar, aplazando mi participación en la Semana Cultural de un colegio leonés y suspendiendo mi asistencia al Día del Libro en Zaragoza.
Por suerte, ese lumbago parece ir a mejor. En verdad que he sido un paciente de lo más aplicado. Pese a ello, pese a todo, seguiré fiel a esa cita que -paradójicamente- conforma otra señera de nuestra vida: No pido cargas ligeras, sino una espalda fuerte.
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