De entre el refranero de mi abuela Concha, destacaba
aquel dicho que insistía en que las cosas del suelo no se cogen. Ella era capaz de reconocer la belleza, de encontrar la
frase exacta para cada momento, de ser viento bajo nuestras alas. Pese a
ello, mi abuelo Ildefonso nunca le hizo demasiado caso. A fin de cuentas, en
aquellos tiempos de posguerra, él solía recoger colillas que los fumadores
tiraban a la acera para desmenuzarlas y revender de nuevo su labor del tabaco.
Esa misión de estraperlo era, sin duda, un método infalible para llevar algo
más de dinero a casa que –por entonces, con cuatro hijos y una cartilla de
racionamiento- buena falta les hacía. A fin de cuentas, los puertos quedaban
lejos y, aun sin olvidarse nunca de su mar, hubo de reconvertir aquella profesión
en maletero de una estación del ferrocarril.
Cierto es que –como su mujer le recordara- el dinero
del pobre va dos veces al mercado, pero también que
cuando la Vida te presente una razón para llorar, hay que demostrarle que
tenemos miles para sonreír.
Paralelamente, cincuenta años
después y aun cuando sea por distintos motivos, me encuentro como él: sin hacer
caso a nuestra abuela y recogiendo colillas de diferentes espacios naturales.
Cada vida es propia, pero estoy convencido de que las vidas resuenan. Unas veces
de forma organizada, a través de esa asociación a la que pertenecemos y que
dedica parte de su esfuerzo a limpiar de basura tantas riberas de río… Otras de
manera improvisada, como esas batidas junto a mis hijos y algunos de sus
amigos, en aquellas playas en las que pasamos cada verano.
En cualquier caso, esas
colillas de cigarrillo son el objeto más arrojado en todo el mundo, incluyendo hábitats
tan sensibles como nuestros bosques, montañas, ríos, océanos, ciudades... e
incluso, dedicándole otro guiño a mi abuelo, estaciones de tren. Por poner solo
un ejemplo, se calcula que de los 32.800 millones de cigarrillos que se
consumen cada año en España, el 15% acaba directamente en nuestras playas.
¡Unos 4,5 billones de colillas en todo el mundo! Y en su conjunto –además de
ser un posible desencadenante de incendios forestales, productor de miles de
toneladas de anhídrido carbónico con efecto invernadero y en su cultivo una
de las primeras causas de deforestación selvática-, resultan de los más
contaminantes, con el agravante de que son dispersadas por el viento y la
lluvia.
Nota: Texto incluido en el epílogo titulado Recogiendo colillas, de mi libro Catorce lunas menguantes (MAR Editor).
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