Me entero por terceros que hace unos días, a las puertas de un hospital de mi Zaragoza natal, una señora mayor que salía del mismo tropezó con un bordillo y cayó al suelo. Varias de las personas que estaban a su alrededor acudieron a asistirla; entre ellos, un taxista que aguardaba con su vehículo en la parada reglamentaria.
Ayudada por los presentes, la señora se levantó con dificultad, refiriendo que había sido operada recientemente de su vesícula, que le acababan de dar el alta, que su hija no había podido estar por razones laborales y que se dirigía a la parada de autobús para desplazarse hasta su casa.
Alguien le propuso entonces que lo hiciera en un taxi; a fin de cuentas, allí mismo tenía la parada... A lo que ella respondió que no se lo podía permitir.
Entonces, aquel taxista que se había acercado decidió llevarla con su coche sin por supuesto cobrarle nada. Y eso que llevaba más de media hora aguardando en la parada y que su turno para el próximo cliente estaba a punto de llegar.
La señora se mostró de lo más agradecida, y prometió para él una oración a ese San Antonio de sus devociones.
Y yo me muestro orgulloso, no solo porque ese taxista sea una de las personas que más quiero y de las más bondadosas que conozco... Sino sobre todo, porque tengo la suerte de que sea mi hermano.
viernes, 14 de diciembre de 2018
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