El dolor por el hogar vive en todos nosotros; es el lugar más seguro a donde podemos ir sin ser cuestionados. Quizás esta afirmación de la escritora Maya Angelou encuentre alguna excepción en estos tiempos del Coronavirus, al constatarse que en ellos han aumentado los accidentes domésticos, sencillamente porque hemos estado en casa. Caídas, quemaduras, intoxicaciones, atragantamientos... En este sentido, se estima que solo la atención en los servicios pediátricos de Urgencias ha crecido durante el confinamiento al menos un 30%, especialmente entre los niños más pequeños.
Sería el genial Goethe quien advirtiese que el hombre feliz es aquel que, siendo campesino o rey, encuentra paz en su hogar... Sin embargo y aun teniéndome por tal, debo admitir que tranquilo en el sentido literal de la palabra tampoco he estado, al ser el único accidentado de mi familia. Este lunes, jugando al balonmano con el Principito, además del partido perdí el equilibrio, abriéndome en la caída una pequeña brecha... Aquel jueves, mientras saltaba a la comba con la Sirenita, otro cabo suelto se enredó sobre mi cuello... Y este domingo, calentando crema de cacao para algún bizcocho, cedí a la tentación de mi personaje Benito Expósito Expósito (cuando debas elegir entre dos opciones, toma siempre la que tiene chocolate) quemándome los labios.
A este ritmo puede que esquive el peligro del maldito Coronavirus, si bien me da que no ocurrirá lo mismo con tantos derivados de los quehaceres domésticos. Y es que -ante tales antecedentes- empiezo a cuestionar incluso a Dorothy, la protagonista de la película El Mago de Oz, cuando asegurase aquello de que como en casa no se está en ningún sitio.
jueves, 4 de junio de 2020
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