Desde mi condición de atleta aficionado y defensor de la Naturaleza, hace tiempo que vengo ejercitando por la ribera del Bernesga, las veredas de Toral de los Guzmanes y otros espacios protegidos una modalidad deportiva cuyo nombre ni siquiera conocía: el plogging -vocablo procedente de aunar los términos running o correr, con plocka upp o retirar-, modalidad que combina el ejercicio con el respeto por el Medioambiente y que consiste en recoger desperdicios mientras se corre. De manera que si ayer escribía esas Catorce lunas menguantes (MAR Editor) para sensibilizar sobre el deterioro climático que estamos generando, hoy me autoproclamo como uno de los 20.000 plogger que corren en el mundo para procurar un planeta mejor.
Esta práctica, surgida inicialmente en Estocolmo y extendida a más de cien países, consiste en salir a correr con alguna bolsa de basura e ir recogiendo los residuos que se encuentran por el camino. Desde envases de plástico a botellas de vidrio, sin olvidarnos de esas colillas de cigarrillos aparentemente inofensivas pero que tardan diez años en degradarse, contamina cada una hasta 50 litros de agua dulce y que podrían estar detrás de la drástica reducción de algunas especies de aves que construyen sus nidos con ellas.
Al combinar la carrera con tantas sentadillas, se ha estimado un consumo medio de unas 300 kilocalorías por cada media hora de actividad, habiéndose extendido también a las modalidades de ciclismo y deportes acuáticos. Y es que a los múltiples beneficios que el ejercicio aporta sobre nuestra salud, añadimos otro tan necesario como reconfortante: el cuidado de nuestro entorno. Sin duda, uno de los legados más valiosos que recibimos prestado, disfrutamos y después devolveremos a las generaciones venideras.
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