Sin embargo, como lector soy adicto a la novela histórica. Habrá quien me acuse de poco original, de apuntarme a la moda literaria... Y quizás no tenga más defensa que admitirlo: me gusta descubrir a través de sus capítulos la grandeza y las miserias de esos personajes de nuestra Historia.
Cuando acepté el reto propuesto por la Asociación Aragonesa de Escritores de comentar el libro El Gran Capitán (Edhasa), de Juan Granados (A Coruña, 1961), sentí un cruce de sentimientos: por un lado alegría, pues coincide con el género que acostumbro a leer; por otro preocupación, dado que luego debería escribir sobre ello.
Admito haber leído antes otros volúmenes de la serie Narrativas Históricas de la editorial Edhasa, pero nada de su autor. Y asumo también no saber de antemano de Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, más allá de lo que aprendí en las clases del instituto. Por ello, el reto era doble.
Metido en él, me dejé sorprender por el contenido de sus siete capítulos, más epílogo y apéndice, destacando lo siguiente:
1. La historia que cuenta y que sin más dilaciones comienza en una batalla, en la isla de Cefalonia. Hablando de quien hablamos, no podía ser de otra manera. De hecho, las campañas militares de su protagonista establecen el hilo conductor de la novela. Al-Andalus, Sicilia, el Adriático, el Mediterráneo. Enfrentamientos enmarcados en una España recientemente sacudida por la Reconquista.
2. El personaje. La personalidad del Gran Capitán queda hábilmente reflejada. Él es el soldado, el mito, el hombre. Aquél capaz de diseñar la estrategia para una batalla o asesorar a un muchacho sobre el manejo del caballo en un tablero de ajedrez. Un ser duro pero reflexivo, inteligente a la par que afectivo, culto en su lenguaje y hábil con el arma. Un caballero de honor, capaz de faltar a su juramento si obligan las circunstancias. El autor narra sus relaciones: con reyes (destacando Fernando de Aragón, sólo previsible en su reproche inicial), embajadores, oficiales (los mejores capitanes de toda la cristiandad), demás subordinados (a quienes en más de una ocasión, además de dirigir, aconseja), aliados, enemigos... Granados no se queda en el héroe; y en su empeño, retrata a la persona.
3. El resto de actores. Desde su coronel de infantería Don Diego García de Paredes (magnífico militar, pésimo bailarín, siempre a su lado), hasta el ingeniero del ejército Pedro Navarro (tan lleno de excentricidades como eficaz en su misión), una sucesión de personajes adornan la vida de El Gran Capitán. Al igual que hace con éste, el autor ahonda en su personalidad, destacando sus virtudes y defectos. Por el contexto de la novela, hay además referencias a muchos y distintos pueblos: los turcos, los árabes del desierto, las gentes de la arrogante Venecia, los franceses... En caso de despiste, el Dramatis personae del principio facilita rápidamente su identificación.
4. El uso de su lenguaje. Ágil, dinámico, adaptado en los diálogos a nuestro tiempo y si procede con sentido del humor. Admito que debí buscar en el diccionario algunas palabras marítimas o castrenses, mas eso no va en los debes: lo entiendo como un uso adecuado, acorde con el léxico del momento. En él descubrimos que Granados no sólo tiene el don de narrar; también el de describir. Con gran dominio del verbo detalla la vida de campamento, la penuria de la tropa, el espectáculo de un desembarco, las dudas de la víspera.
5. Su final. Que sea el lector quien lo descubra.
En definitiva, una novela histórica de la que he destacado estos cinco puntos, avalada por una importante investigación previa (eso se nota desde la primera línea), que indaga en la persona y el personaje de su protagonista, y de la que podría decir muchas más cosas. No obstante, diré sólo una: a mí, me ha encantado.
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