lunes, 21 de mayo de 2012
Entre la novela y el cuento
No hay duda de que Manuel Cortés Blanco es un escritor que, además de cuidar con absoluta pulcritud la forma de sus obras, se afana por presentarlas con toda suerte de elementos. Tantos que, en algún caso, el lector puede quedar abrumado. Esta fermosa cobertura en los prolegómenos y en los perfiles finales es evidente en la obra. Precedida de tres lemas relacionados con la creación, el prólogo de Juan Patricio Lombera disecciona la obra, completándose con un largo «Prefacio —La regla del siete—». Un «epílogo —El amor en los tiempos del cuento—» y «Agradecimientos», un curioso aprovechamiento de todas las preposiciones tradicionales, cierran la obra. Entre ambos elementos se desarrolla una obra de condición híbrida en cuanto al género literario convencional: los ocho pasajes son, de alguna manera, independientes, pero mantienen una hilazón que les dota de unidad temática. Las siete historias de las siete hermanas germinan de la simiente que es el recuerdo del padre, desaparecido de forma misteriosa del pueblo castellano Puerto Nuevo de las Cerezas. Ese pueblo, muy rico para las hermanas en recuerdos y vivencias («en Puerto Nuevo de las Cerezas hay un pueblo con muchos pueblos dentro») no volverá o oír las campanas tañidas por Bernardino, el padre ausente. A pesar de ello, en diversas partes del mundo, el sentimiento de las protagonistas latirá al mismo ritmo de aquellas campanas, símbolo del pueblo y del padre ausente. Todo ello se plasma en un texto muy elaborado en el que aforismos, anáforas, paradojas y símbolos (con predilección especial por los paraguas) sorprenden constantemente al lector, obligado a llevar a cabo una lectura de gran viveza.
Nota: Reseña de Nicolás Miñambres sobre Siete paraguas al sol, publicada ayer domingo 20 de mayo bajo el título Entre el cuento y la novela en el suplemento cultural Filandón del Diario de León.
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