Reza una leyenda inca que al principio del principio hubo un dios llamado Viracocha que ideó el universo. Él fue quien creó la Tierra, y en ella todo cuanto contiene: las montañas, los cielos, el océano… E incluso dos astros que la iluminasen para permitir que la vida surgiera: el Sol y la Luna. Pero ocurrió que –contra todo pronóstico- ambos se enamoraron perdidamente entre sí, decidiendo vivir en secreto aquel amor tan grande que se profesaban.
Cuando el creador terminó su obra y puso a los Hombres a vivir en ella, decidió separar a aquellas dos luminarias, establecer la división entre el día y la noche, y poner al Sol a presidir el primero y a la Luna la segunda. De modo que ambos amantes permanecerían alejados, con el único consuelo de coincidir a escondidas en algún amanecer.
El Sol llevó aquella separación con relativa fortaleza, brillando esplendoroso durante cada minuto de su jornada.
- Te quiero con locura –declaró a su prometida-. Quizá por eso, lo más cuerdo sea dejarlo.
Por el contrario, la Luna se entristeció tanto que su luz quedó muy débil, debiendo retirarse cada poco a llorar desconsolada en su guarida –por ello apenas luce en las noches de Luna nueva-. La emoción es lo que nos atrapa en un momento; el sentimiento, lo que nos queda después.
El dios Viracocha, conmovido por su llanto, decidió hacerle un regalo a esa Luna para que –además de devolverle la alegría- le ayudase a iluminar las noches. Y así creó las estrellas, que a modo de bombillas en el cielo le harían también compañía.
Pero la Luna seguía estando triste, demasiado triste.
Mientras tanto, el Sol brillaba y brillaba cada vez con más fuerza, tratando de que sus rayos se colaran por algún ocaso y pudieran abrazar a su amada. La razón mueve, pero el sentimiento empuja… si bien, a pesar de los intentos, jamás logró alcanzar ese objetivo.
Al enterarse el dios Viracocha por una estrella confidente de lo que estaba ocurriendo, se sobrecogió. Nunca creyó que el amor –o el desamor o cualquier otro sentimiento- tuviera tanta fuerza. Por eso, en un arrebato de bondad, decidió crear en el universo un momento único en el que ambos astros estuvieran juntos… Y a ese momento le llamó Eclipse de sol .
Desde entonces, Sol y Luna brillan ilusionados en sus días y sus noches, a la espera de ese instante exclusivo en el que –alineados sobre el firmamento, vestidos de rojo- se puedan volver a unir. Y desde entonces también, los Hombres que habitan el mundo, como testigos callados de aquel enlace, aguardan con impaciencia ese mágico acontecimiento que se ha convertido en un símbolo para todos los enamorados.
Amor no es solo decir “te quiero”; es básicamente demostrarlo. Y resulta tan grande la emoción transformada en luz que de ese encuentro se desprende, que no hay ojos capaces de resistirlo sin protección. ¡Será que incluso el Sol y la Luna necesitan un poco de intimidad!
Y aquí acaba esta leyenda… Quien quiera que la repita, que me lo diga y atienda.Nota: Cuento titulado El Eclipse de sol, versión de una leyenda inca, incluido en mi libro Catorce lunas llenas.
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