Cierta mañana llegaron dos gestores que nadie había pedido: uno que haría las veces de gerente y otro de secretario. No eran sanitarios, ni técnicos, ni siquiera de esta barriada. Eran cargos administrativos que no tardaron en tomar decisiones para hacerse notar.
Cierta tarde aquel gerente nos informó que había que solucionar con urgencia "el atolladero del horario de los sábados", pues no le parecía lógico que si entre semana la consulta empezaba a las ocho ese día comenzara a las nueve. Desde el respeto a su iniciativa, le argumentamos que no había problema alguno, que dicho horario llevaba vigente mucho tiempo y que nunca nadie protestó.
- El sábado es laboral a todos los efectos -insistió con relativa prepotencia-. Por ello, considero que la consulta debe empezar a la misma hora que de lunes a viernes.
El secretario asentía con tal convencimiento que corría el riesgo de hacerse un esguince cervical.
Y así se estableció... De manera que se cambió el horario de siempre y, causalmente -que no casualmente-, los problemas empezaron a surgir: que si es demasiado pronto, que si no cuadramos turnos...
En otra de sus ocurrencias, aquel directivo comentó que "no le parecía justo que si un sanitario podía dormir algo durante su guardia, esta le contase como completa"...
- ¡A fin de cuentas, ha estado durmiendo un rato! -alegó.
Su secretario se deshacía en elogios ante tanta iniciativa, por ilógica que como esta pareciese. E incluso se permitía responder groseramente desde su mal entendida autoridad, como cuando yo le advertí de que "alguna de esas ideas parecía infumable":
- Pues iros preparando, porque os vais a tragar el humo -me contestó.
El caso es que con cada una de esas decisiones, los enfrentamientos y el mal ambiente seguían aumentando entre nosotros.
De aquella vivencia aprendí que algunas personas ocupan puestos de responsabilidad para los que no están ni remotamente preparados, tomando decisiones sin medir sus consecuencias. Pero también comprendí que cuando las cosas funcionan bien no hace falta arreglarlas; porque como sabiamente recita nuestro refranero, a menudo lo mejor acaba siendo enemigo de lo bueno.
Por cierto, tras varios incidentes más, ambos gestores acabaron marchando del ambulatorio. El gerente porque aceptó ocupar un puesto aún más alto dentro de la Administración. El secretario, porque tras irse el primero quedó sin referencias, sin ídolo al que adorar... Y resulta muy difícil subsistir a solas allá donde vendiste tus principios.
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