"La primera cabalgata de los Magos de Oriente se celebró en la ciudad de Granada –la Gran Hada, que describirían sus habitantes, por entenderla tan llena de fantasía-, allá por el año 1912. La idea surgió del corazón de un hombre realmente bueno. Se trataba de cierto socio del Centro Artístico de la capital quien, tras fallecer su hijo de corta edad, solicitó a la dirección del mismo que recogieran juguetes en todas las tiendas para ser regalados el día seis de enero a los niños del hospicio.
Cuentan las crónicas del momento que esa iniciativa resultó tan exitosa que se recibieron toneladas de ellos, decidiéndose organizar una comitiva con los principales intelectuales de la época. Así, desde el pintor consagrado Gabriel Morcillo a ese poeta en ciernes apellidado García Lorca recorrerían las calles granadinas vestidos de monarcas o beduinos, hasta acabar entregándolos también a los pequeños ingresados en el Hospital de San Rafael. A esta idea se adhirió el pleno del Ayuntamiento, la banda municipal de música luciendo sus mejores galas, aquel camello alquilado en algún circo de paso, decenas de saltimbanquis, una estrella fugaz –a sabiendas de que quien sigue la estela correcta, siempre llega a su destino-… Y por supuesto, las aceras abarrotadas de chiquillos, desprendiendo alborozo e ilusión.
Era evidente que, después de esto, ninguna Navidad volvería a ser igual".
Mientras releo el prefacio Mi buena estrella de mi obra El amor en los tiempos del Mindfulness, escrito en otra noche como esta, reabro esa libreta para tejer las primeras líneas del que será mi próximo libro. Esa es una de mis manías más entrañables; esa es para mí, sin duda, la magia de cada Noche de Reyes.
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