Esa ola económica que conforma este tsunami llamado Coronavirus sigue cerrando negocios. Anteayer, nuestra agencia de viajes... Ayer, aquella tienda de ropa... Hoy, otro local de fisioterapia que abrió a principios de año... Mañana cualquier hotel, ahogado entre tantas restricciones. Y así, poco a poco, ante carteles de Se traspasa siento que el comercio de mi ciudad se va desangrando cada día.
Desde nuestra condición de consumidores responsables, y en esa costumbre mía de charlar con los dependientes después de cada compra, he sabido las razones de sus cierres. La primera se vio afectada por una drástica caída en la demanda de viajes y, sobre todo, por tanta competencia en Internet... La segunda, por un descenso descomunal en el número de ventas, acompañado por esa recarga del 20% en su cotización de autónomo a la Seguridad Social cada vez que a fin de mes no podía hacerle frente... La tercera, por la avaricia del dueño de su local, quien prefiere que cierre y quede libre antes que bajarle un euro su alquiler.
Ciertamente, el maldito virus ha torpedeado los cimientos de la economía, aumentando nuestra lista de problemas. Pero también es cierto que en la relación de soluciones hay una parte importante de nosotros. De ahí que apostemos por reforzar el consumo responsable, mejor a nivel local, en tiendas cercanas... Por consentir la rentabilidad de los negocios, facilitando créditos y eliminando cualquier sobrecarga tributaria... Y por supuesto, mediando entre propietarios e inquilinos cuando sea preciso, a sabiendas de que muchos alquileres pactados antes de la pandemia no se sostienen durante la misma. No en vano, si nunca baja su cuota más de ese euro que ahora niega, me da que aquel local de fisioterapia permanecerá mucho tiempo cerrado. A fin de cuentas, ese será el precio de su codicia.
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