Se cumplen diez años de la entrega de aquel Premio Nacional Ulysses a la Investigación que, por un trabajo a propósito del uso problemático de Internet entre estudiantes de la Comunidad de Madrid, obtuve junto a mi colega, paisano y sobre todo amigo Antonio Piñeyroa. Una década en la que, evidentemente, hemos cambiado. A nivel personal, ahora soy más familiar; mis viajes no llegan lejos, ni siquiera sigo a nuestro equipo por los estadios de fútbol. A cambio, me hice asiduo al teatro, a esos paseos por el campo, a una sentida conversación. También investigo menos... aunque escribo más. Como siempre en la vida, he ganado en muchos aspectos y he aprendido en otros. Eso sí, aun cuando haya habido alguna pérdida, nunca tuve la sensación de haberme perdido.
Un decenio para mirar de reojo hacia atrás, pero sobre todo para enfocar de frente el futuro. A sabiendas de que, lejos de conformarme con él, he elegido mi destino.
Y es que, como cantara esa voz de un tal Calamaro, si diez años después vuelvo a encontrarte en algún lugar, no olvides que soy distinto de aquél... pero casi igual.
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