Desde mañana y por unos días, sin teléfono de guardia y sin saltarnos ningún cierre perimetral, estaré en ese municipio leonés que he convertido en nuestro refugio de cabecera: Toral de los Guzmanes. Allí iré con la familia, mi independencia profesional y esa lumbalgia que se vino como okupa a vivir conmigo.
Volverán los paseos por cada uno de sus parajes, alguna visita a cualquiera de sus granjas, esos trayectos en bicicleta si la espalda los permite... Sin llamadas urgentes, sin tener que tomar decisiones; sin aplausos a las ocho de la tarde, pero también sin que nadie te juzgue.
Toral de los Guzmanes: pueblo de gente noble, de iglesia sin torre y de torre sin iglesia. Allá donde perderse ante esa reliquia a modo de palacio de la arquitectura tradicional de adobe, allá donde encontrar frescor en su célebre Museo del Botijo. Escenario de alguno de mis cuentos y del último relato de esas Catorce lunas menguantes (MAR Editor), ilustradas por Raquel Ordóñez Lanza, todavía nos quedan muchas historias por dedicarle.
1 comentario:
Muy bien Manuel, descansa y disfruta, te lo mereces . Toral es un buen lugar. Un abrazo Manolita
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