Al igual que me pasara de pequeño, cuando decidí ser médico para curar a mamá de tantas toses, mis hijos tienen muy claro lo que les gustaría ser de mayor. La Sirenita nos dice que bailarina; el Principito, jugador de balonmano. A veces alguien insiste en que ninguna de esas opciones son realmente una profesión; entonces este último le replica: queremos ser lo que más nos gusta hacer.
Y es que a Manuel pequeño ese deporte le apasiona, echándolo de menos como nadie en estos tiempos de pandemia. No en vano, se siente muy orgulloso de jugar en el equipo de su colegio -Maristas San José, con el que fue campeón escolar hace dos años- y de formar parte de la Base de su querido club ADEMAR -categoría alevín-. Por eso, el día que le aseguraron que reiniciaba el deporte extraescolar y que de haber al menos diez niños se constituiría grupo de balonmano, emprendió entre sus compañeros de curso una campaña de captación. Para ello utilizó estrategias de empatía -Jugar te va a encantar-, saludables -¡Verás lo bien que te viene!-, disuasorias -En fútbol o baloncesto habrá demasiada gente- e incluso de lo más tentadoras -A lo mejor a final de temporada, mi padre nos invita a ver un partido en el Palacio de Deportes-. El caso es que, aun siendo solo nueve, finalmente ha salido grupo y este viernes -cumpliendo con las oportunas medidas preventivas- comenzarán a entrenar.
Y así, mientras comparto su sueño, hago mía aquella frase que ideara ese novelista llamado Joseph Heller: He llegado por fin a lo que quería ser de mayor: un niño.
1 comentario:
Nunca deberíamos perder esa forma de mirar el mundo, a través de los cristales de la niñez. Visionando ilusiones, fantasía, magia, bondad...
Publicar un comentario