Los paraguas recuerdan a la vida en
muchas de sus paradojas. Parecen simples siendo tan complejos, olvidamos con
frecuencia dónde los dejamos para extrañarlos de nuevo en cuanto el cielo
oscurece, a pesar de tantos cambios no han cambiado tanto, su centro lo ocupa
el mango en lugar de quien los usa… Curiosamente también nos protegen frente a
dos de los símbolos que tiene esa vida: el agua y la luz. Porque más allá del
uso y su estructura, los paraguas se han convertido en una metáfora sobre la
necesidad de ser precavidos, incluso frente a aquello que no sintamos como
amenaza. En ese sentido figurativo, tampoco debemos olvidar que por mucho que
corramos bajo la lluvia, delante también llueve… Que la última vez que diluvió,
paró… Que, por supuesto, nunca lo hace eternamente ni a gusto de todos… Y que
como advirtiera Bernardino, que
llueva no depende de ti; que lleves paraguas, sí.
Nota: Texto perteneciente al capítulo titulado Desde las puertas del cielo, incluido en mi libro Siete paraguas al sol.
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