Morelia, México, en el estado de Michoacán. La
ciudad de los mil nombres: la
Valladolid de Nueva
España, la Morelia rebautizada en
honor de algún héroe de la
Independencia , la Uaianarhio -loma larga y achatada- de las culturas precolombinas, la rosa de los vientos para los poetas. Y, por supuesto, la posadita
del tío Caramba.
Morelia, cabecera de partido, luce un patrimonio
arquitectónico que airea la exclamación del turista. Las torres gemelas de su
catedral, un rosario de conventos, la plaza de armas, casas y palacios
solariegos, el acueducto... Sin duda, un rincón para visitar.
Jueves, 10 de junio de 1937, año del mismo buey en
el calendario chino. Los camiones repletos de niños van llegando a su destino.
Desde la ventanilla, algún mensaje rotula las paredes.
Los hay irreverentes: Aquí la Revolución tiene la
tripa llena.
Nostálgicos: Para héroes, los de antes.
Proféticos: Iremos al cielo porque en el infierno
ya estuvimos.
Positivos: Si te duele la dureza del camino,
sonríe porque caminas.
Oportunos: Si luchamos podemos perder; si no
luchamos, estamos perdidos.
Oportunistas: Vendo
zapatos para los pies; comprando el derecho, regalo el izquierdo.
De amor: Te voy a escribir un beso.
¡Que nadie los ensucie con pintadas!
El recibimiento resulta extraordinario. Si no lo
creo, no lo veo. Otra multitud se agolpa en las aceras. Roces, empujones, un
pisotón, más roces. La población se ha echado a la calle para darles su
acogida: saludos y bienvenidos a los niños de España, nunca estaréis
solos. Y con ella, cómo no, su corporación municipal. Estar con la Escuela significa estar
con los escolares.
Nota: Párrafos pertenecientes al capítulo titulado Próxima parada: Morelia, incluido en mi libro Mi planeta de chocolate.
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