miércoles, 26 de junio de 2013

Próxima parada: Morelia

Morelia, México, en el estado de Michoacán. La ciudad de los mil nombres: la Valladolid de Nueva España, la Morelia rebautizada en honor de algún héroe de la Independencia, la Uaianarhio -loma larga y achatada- de las culturas precolombinas, la rosa de los vientos para los poetas. Y, por supuesto, la posadita del tío Caramba.
Morelia, cabecera de partido, luce un patrimonio arquitectónico que airea la exclamación del turista. Las torres gemelas de su catedral, un rosario de conventos, la plaza de armas, casas y palacios solariegos, el acueducto... Sin duda, un rincón para visitar.
Jueves, 10 de junio de 1937, año del mismo buey en el calendario chino. Los camiones repletos de niños van llegando a su destino. Desde la ventanilla, algún mensaje rotula las paredes.
Los hay irreverentes: Aquí la Revolución tiene la tripa llena.
Nostálgicos: Para héroes, los de antes.
Proféticos: Iremos al cielo porque en el infierno ya estuvimos.
Positivos: Si te duele la dureza del camino, sonríe porque caminas.
Oportunos: Si luchamos podemos perder; si no luchamos, estamos perdidos.
Oportunistas: Vendo zapatos para los pies; comprando el derecho, regalo el izquierdo.
De amor: Te voy a escribir un beso.
¡Que nadie los ensucie con pintadas!
El recibimiento resulta extraordinario. Si no lo creo, no lo veo. Otra multitud se agolpa en las aceras. Roces, empujones, un pisotón, más roces. La población se ha echado a la calle para darles su acogida: saludos y bienvenidos a los niños de España, nunca estaréis solos. Y con ella, cómo no, su corporación municipal. Estar con la Escuela significa estar con los escolares.

Nota: Párrafos pertenecientes al capítulo titulado Próxima parada: Morelia, incluido en mi libro Mi planeta de chocolate.

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