Siendo niño allá donde nací, gustaba de disfrazarme con ese traje vaquero que un tal Melchor dejó junto a mis zapatos aquella noche de Reyes. Lo lucía con tanto esmero que el mismísimo Lucky Luke se habría batido en duelo por conseguirlo.
Siendo médico de vuelo en tierras lejanas, ajustaba al mono mi botiquín con aquellas trinchas que lograban el milagro de que todo fuese uno. Incluso quitaba el anillo de mi dedo para evitar que durante la misión pudiera engancharse por accidente y generar un problema mayor.
Siendo epidemiólogo en esta ciudad que me acuna, invierto cuanto haga falta para que mi equipo de protección individual no permita ni una sola fisura. Por los que están fuera; por mí, que estoy dentro.
Y así, entre prendas y disfraces, vamos contando nuestra existencia.
El Principito añadiría otro detalle de lo más importante: sin un presente apropiado, no hay fiesta que se precie. ¿Qué te pides para mañana?, preguntarían los dos. En estos tiempos del Coronavirus, les he respondido que SALUD. Para todos, y hoy especialmente para ese amigo mío que en vez de en su casa está en el hospital, y al que deseamos juntos una pronta recuperación. Compañero de instituto, de tantas historias, de viajes, de fútbol, de confidencias, de mus... ¡de vida! Además de estar siempre ahí, es una de las personas que más me ha hecho sonreír. Y eso, en este siglo en el que todo se compra, no tiene precio.
Pero, ¿si pides para otro, te quedas sin regalo?, me advertiría la Sirenita. Apostillando: ¡Aunque sea tu amigo!
Admito que esta noche hemos tardado más en acostarnos, explicándoles que apenas hay obsequio mayor que cultivar la AMISTAD.
3 comentarios:
Precioso amigo, que suerte tienen el Principio y la Sirenita de tener un hombre sabio en casa. Respecto a las risas, el jimir es el motor de la vida, que ganas tengo de verte y seguir haciéndote reír. Un abrazo muy muy fuerte
Principito
Muy emotivo Manuel y felicidades retrasadas. Gracias a ti por tu amistad. Cris.
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