Al llegar al frío hall de la entrada, sin más abrigo que mi bata blanca, encontré a una mujer octogenaria que quería darme las gracias por cierta gestión sobre vacunas que yo había realizado para su marido. Además de recibir su calidez por algo que hice gustoso -de hecho, también le correspondía-, me regaló un saquete de castañas.
- Son del Bierzo. ¡Las más ricas! -aseguró- ¡Y asadas, ya ni le cuento!
Tras ser yo quien agradeciera tanto su visita como aquel sencillo detalle, acabaría diciendo algo que me impactó:
- Sé que tiene mucho trabajo y anda muy ocupado... Pero sé también que usted está ahora mismo en ese sitio para ayudar a personas como nosotros. ¡Quien le ha puesto ahí, sabía muy bien a quién ponía!
Mi sonrisa traspasó mi mascarilla.
Y así, con aquel saquete bajo el brazo, regresé a nuestra Sección para seguir combatiendo desde su vanguardia tantas tensiones infundadas o a ese maldito Coronavirus.
Por cierto, en esta tarde de sábado merendaremos castañas asadas del Bierzo. Al Principito le encantan. Y es que, como aquella mujer asegurara refiriéndose tanto al fruto como a su gratitud, ¡no las hallaré mejores!
2 comentarios:
Qué anécdota tan entrañable! Un abrazo muy grande primo!!
Buenas noches, prima:
Mil gracias por tu comentario, pero sobre todo por SER y ESTAR. Cuidaos mucho que valéis mucho. Os queremos.
Cuatro besicos nuestros para todos.
Publicar un comentario