Hace muchos años -tantos que parece cuento-, en un lejano país llamado Benin, el chamán de cierta tribu pretendía demostrarme ante los suyos que nuestro planeta era plano. Para ello, en otra ceremonia repleta de magia, colocó un coco sobre una tarima y, viendo que permanecía inmóvil, gritó ante los ojos atónitos de todos:
- Kusenjalo... Ukube umhlaba bekuyindilin bekuzonyakazaga -Está quieto... Si la Tierra fuera redonda, se movería-.
Al ritmo del tam-tam, aquel hechicero regresó a su choza sin atender a ninguno de mis razonamientos. Mas tampoco insistí demasiado, a sabiendas de que al margen de su opinión nuestra Tierra es como es, con el añadido de que nunca le podría convencer.
Hace unas horas -tan pocas que parece que estuviéramos en la era de Internet- recibía un email de cierto amigo cercano que negaba ese calentamiento global que cito en mi libro Catorce lunas menguantes (MAR Editor).
- Asómate a la ventara y verás cómo nieva.
Al ritmo del teclado de mi ordenador, he decidido no contraargumentarle. No decirle que, precisamente, las olas de frío glacial son consecuencia de dichos cambios, que tantos desajustes en el clima tienen efectos extremos y poco previsibles, que ese calentamiento general es consecuencia directa de la actividad humana... ¿Para qué? Tristemente y con independencia de nuestra opinión, ese calentamiento está ahí y, si no hacemos algo por remediarlo, sus repercusiones serán irreparables... Pero es que además, sé que nunca podré convencerle.
Eso sí: al igual que le dijera a aquel brujo de Benin, Futhi nokho kuyindilinga... -Y sin embargo es redonda...-.
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