lunes, 2 de mayo de 2022

De pasajes y parajes

Sucedió una mañana a eso de las diez en el pasaje que hay debajo de nuestra casa. Al cruzarlo en alguno de mis recorridos descubro a cierta joven sentada en cuclillas llorando desconsolada. Al principio, continué caminando. En cualquier pasaje, todo el mundo sigue caminando. Sin embargo, media docena de pasos después, la conciencia llamó a mi puerta y decidí regresar para ver qué sucedía.
- ¡Nada... Muchas gracias! -ella murmuró de entrada.
Dada su situación, me presenté por mi nombre, preguntándole a continuación si necesitaba algo.
- ¿Tal vez un teléfono, que contactemos con alguien...?
Fue entonces cuando aseguró que había huido de casa y que esa noche durmió en la calle. Supongamos que su nombre era Rosana, que vivía en las afueras, llevaba consigo abrigo y un móvil con batería... pero ni tenía cartera ni había desayunado. Aun cuando yo dudara al respecto, insistió en su condición de mayor de edad. De no haber sido así, habría avisado a la Policía.
Tras rechazar cualquier ayuda y pedirme que marchara, decidí salir de la escena, no sin antes darle un dinero para que desayunara, se tranquilizase y en la medida de lo posible reordenara sus ideas. También le pasé la dirección de esa parroquia, donde su cura -amigo nuestro, muy vinculado a la acción social de Cáritas- podría atenderle si así lo necesitaba. 
Poniéndose de pie, volvió a corresponderme con un ¡gracias!, hasta acabarse perdiendo entre esa muchedumbre que acostumbra a perderse en los pasajes.
Avisé de inmediato a nuestro amigo para ponerle en situación, si bien jamás acudiría hasta allí. Tampoco encontré en la prensa noticia alguna que pudiera relacionarse con tal vivencia. Quizá ni siquiera su nombre fuese Rosana. 
Lo único seguro de esa mañana es que todo sucedió en algún pasaje: ese lugar -como tantos otros en las ciudades modernas- por el que pasan las personas, pero nunca se paran... Si no, sería paraje.

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