En uno de mis cuentos titulado El príncipe sin color, de esos que comparto con los niños en cada sesión de cuentacuentos, habita un gobernante obsesionado con acaparar en palacio las distintas tonalidades del arcoíris. A lo largo de la trama y a fin de alcanzar tal objetivo, se deja asesorar por distintos personajes. Uno de ellos es un prestamista, quien le recomienda aumentar los impuestos de sus ciudadanos a fin de poderse comprar más colores. No importa si no parece justo, no importa si el arcoíris es patrimonio de todos; ni siquiera si dejará sus calles plagadas de grises... Al final, lo único que les mueve es que cada uno podrá tener más de lo que tiene.
Leyendo y releyendo las noticias de ayer relacionadas con el cambio de criterio del Tribunal Supremo y su decisión de que el Impuesto de Actos Jurídicos Documentados vinculado a las hipotecas lo acabe pagando el cliente, me viene a la mente esa historia. No importa que se desdiga de una sentencia previa emitida hace menos de un mes por su Sección especializada en tributos, no importa que la misma se revisara de manera urgente minando su propia credibilidad, no importa que la Banca sea la principal interesada en mantener dicho impuesto, no importa que parezca tan radicalmente injusta...
De entre esos titulares que leía, hubo uno que resume esta sensación generalizada: "El Alto Tribunal cae muy bajo". A pesar de la grisura generada, aquel prestamista de mi cuento ha despertado contento. A fin de cuentas -¡que no de cuentos!- hoy subirá la Bolsa. Lo que aún no sabe es que ni esta historia ha terminado ni permitiremos que nadie nos deje sin arcoíris.
miércoles, 7 de noviembre de 2018
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