lunes, 12 de noviembre de 2018

La faena del leñador

Hace muchos, muchísimos años, en mitad de un frondoso bosque, vivía un leñador con su mujer. Cuentan que era tan trabajador que apenas guardaba descanso, de manera que salvo a cortar arbustos, comer deprisa y dormir poco, no dedicaba tiempo a ninguna otra actividad.
Su mujer se sentía muy sola entre tanta madera y tan poca compañía, por lo que intentó hablar con su marido en numerosas ocasiones para que cambiara de actitud; pero este no le escuchaba, alegando una y mil veces que tenía que trabajar.
Cierta noche de soledad, la mujer pidió en sus oraciones que ocurriese algo para que aquella situación cambiase. Y algo sucedió… De manera que a la mañana siguiente, aun siendo domingo, el hombre salió de casa con el hacha al hombro, dispuesto a cortar los árboles de una vereda. Mientras caminaba hacia la misma, se le apareció un señor:
- ¡A los buenos días! –le saludó en tono respetuoso, haciéndole un gesto con la mano para que parase.
- ¡A los buenos días! –respondió el leñador-. No puedo entretenerme mucho que aún queda faena por hacer.
- ¿Quizá necesite algún tipo de ayuda?
- Ninguna –declaró contundente-. No quiero que haga por mí lo que pueda hacer yo.
- ¿Y cómo es que trabaja siendo festivo? ¿Acaso no sabe que hasta el propio Dios descansó ese día después de crear el mundo? ¿Nadie le habló de ese mandamiento de santificar las fiestas?
- ¡A mí déjeme en paz, que lo mismo me da que sea una fecha que otra! –respondió malhumorado-. ¿Acaso en el cielo hay calendarios con números rojos? En lunes o en domingo, lo único que quiero es trabajar.
Con frecuencia, en cabezas como un melón solo caben cerebros como una nuez.
Y realizando un ademán con el mango de su hacha, intentó apartar a aquel hombre para poder continuar con su camino.
Cuentan que en verdad aquel señor que se le había aparecido no era otro que el mismísimo Dios quien, al verlo tan agresivo y tan enfrascado en sus pretensiones, decidió darle un escarmiento:
- Puesto que es eso lo que realmente quieres, y que para ti no hay nada más importante, nunca dejarás de trabajar –sentenció-. Llevarás eternamente un haz de leña sobre tus hombros… Y vivirás siempre en la luna, para que sirvas de escarmiento a quienes anteponen su trabajo a su vida, hasta el punto de no guardar descanso ni siquiera cuando deberían descansar.
Por eso desde entonces, cuando observamos la Luna, se aprecia claramente entre sus manchas a aquel obstinado leñador portando unos troncos sobre su espalda, mientras repite a quien le saluda:
- ¡A las buenas noches! No puedo entretenerme mucho que aún queda faena por hacer.
Definitivamente, lo que dicen de ti no es verdad… pero se parece a la verdad.
Así que levanten el culo de sus asientos que esta historia terminó. Ahora un vaso de leche con galletas… ¡y a hacer bien la digestión!

Nota: Leyenda leonesa versionada -con ilustración del genial Lolo- incluida en mi libro Catorce lunas llenas.

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