Anna Ferrer, esa arquitecta de sueños imposibles, Presidenta y Directora ejecutiva de la Fundación Vicente Ferrer, acudió ayer a un encuentro con voluntarios y colaboradores en la Colegiata de San Isidoro de León, al que tuve el honor de asistir. Sin duda, fue una vivencia mágica que compartí con muchos amigos solidarios -mil gracias, Javier, por acompañarme- y en la que descubrimos a una persona que rebosa paz, sencillez, ilusión.
Allí nos transmitió sus impresiones, su fe en esa Providencia que acostumbra a parecer casualidades, lo mucho que han construido, lo muchísimo que aún les queda por construir... Y los voluntarios le contamos nuestras iniciativas: la de ese peluquero que pone mechas con fines altruistas, la de aquel instituto berciano que consiguió bicicletas suficientes para que varias decenas de niños pudieran ir al colegio en Anantapur, la de esos corredores que recorren la India cada año en aquella ultramaratón...
Anna Ferrer: siempre cercana, siempre soñadora, siempre generosa. Jamás ha flaqueado en su lucha contra la pobreza extrema. Me encantó ese minuto en el que pude hablar personalmente con ella y me dio su impresión sobre mis libros. Los ha leído todos, y todos están allí, en esa biblioteca de su Fundación que han levantado con tanto cariño. Y es que, como ya dijera el propio Vicente y alguien recordó a renglón seguido, "la utilidad de los libros es inmensa, porque ayudan a las personas a entender y descifrar sus corazones".
martes, 27 de noviembre de 2018
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