Yo, que fui atleta federado durante tantos años y he corrido distintas carreras populares, no alcanzó a entender como un participante puede saltarse los puntos de control -al igual que hicieron unos cincuenta en la Maratón de Bostón- o acortar por una mediana -como esos casi trescientos en una media maratón china- a fin de llegar antes a la meta. En esas pruebas mides tu esfuerzo, compites contra ti mismo... Salvo que tu objetivo sea engañar, presumiendo de falsa marca en ese espejo de Blancanieves llamado redes sociales.
Yo, que me enfrento cada día a la aventura de ser escritor, no logró comprender como hay autores que en contra de sus bases remiten una obra previamente premiada a otro certamen -ha ocurrido esta semana con uno de renombre- o, lo que resulta aún peor, la obra de un tercero bajo su autoría -lo que sucedió en su día con el Premio Alfons el Magnànim de Poesía-. Escribir es un ejercicio intimista, respetuoso consigo mismo y con los demás... A no ser que quieras atribuirte un mérito efímero que de otra manera nunca hubieras conseguido.
Y yo, un médico epidemiólogo dedicado al estudio de brotes de los que pueden derivarse responsabilidades, no consigo asumir que haya afectados que me cambien de versión o incluso den la contraria -como en ese de Salmonelosis que gestiono en estos días- a fin de hacerla cuadrar con sus intereses. No importa que mienta mientras sea mi verdad.
Si no hace demasiado mostraba una entrada relacionada con el corro de los tramposos en mi barrio de niño, hoy pienso que aquel espacio ha aumentado significativamente su diámetro. Por suerte, ni somos todos ni debemos elevar las anécdotas a categoría... Por suerte, como recitábamos también en dicha infancia, la trampa siempre campa. O mejor, casi siempre.
martes, 7 de mayo de 2019
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