En aquel barrio de infancia había una manzana en la que sus vecinos nos reuníamos cada festivo por la mañana para intercambiar objetos. Esto que no me sirve a mí por aquello que no te sirve a ti. Aquel sitio tan eficiente no era un rastro ni un mercadillo al uso. De hecho poseía sus propias normas, llamándole todos cariñosamente el corro de los tramposos. Hubo un día que incluso se desplazaron dos unidades móviles de Radio Zaragoza para realizar una conexión en directo. Y allí, a metro y medio de papá, aprendí a cambiar mis sellos, a valorarlos, a sumar y restar con ellos, a saber que los de Fernando Poo valían algo más que los de Ifni.
Últimamente acompaño cada mediodía de domingo a mi pequeño Manuel a intercambiar sus cromos de fútbol con otros niños coleccionistas en la plaza Mayor de nuestra ciudad. La verdad es que resulta una imagen de lo más singular, siendo fotografiada por los muchos turistas que a esas horas pasan por allí. Te cambio este por ese. El lugar tiene incluso su propio diccionario. Así, mientras supervisan esos cromos, los chiquillos recitan las coletillas sí le o no le, en función de que los tengan o no. Hubo un día que hasta fuimos entrevistados por aquel periodista de cierto diario digital. Y allí, a menos de dos metros de mi hijo, compruebo cómo interacciona con los otros, cómo valora lo suyo, cómo ha descubierto que esa Carta Invencible vale más que las demás.
A menudo pienso que la vida -con diferentes estampas, en distintos escenarios- se repite. Ojalá que Manuel pequeño acabe aprendiendo tanto como yo aprendí del mío en su corro de los tramposos particular.
miércoles, 1 de mayo de 2019
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