Periódicamente, acompañados por nuestros hijos, recorro junto a unos amigos la ribera del Bernesga, recogiendo los residuos que encontramos. Allí descubro miles de colillas; supongo que quien las tira no sabe que pueden tardar años a degradarse y que cada una contamina hasta 50 litros de agua dulce... Allí hay cientos de bolsas; supongo que quien las arroja desconoce que por sí solas podrían tardar hasta mil años en degradarse... Allí vemos decenas de botellas de vidrio; supongo que el que las deja ignora el impacto que causan al ecosistema... Y allí retiramos alguna pila; supongo que a quien las vierte nadie le dijo que una sola de ellas puede contaminar hasta 100.000 litros de agua.
Por eso esta tarde estaremos ahí, detrás de esa pancarta, reclamando políticas que preserven nuestro medio; si bien, aunque sea imprescindible, me parezca lo más fácil... Lo realmente difícil es aplicar ese compromiso a las actividades del día a día, asumiendo que no hay plan B; que debemos cuidar de este planeta azul -como diría mi personaje Benito Expósito Expósito, el único de la galaxia que tiene chocolate- porque, sencillamente, es irreemplazable... Y es patrimonio de todos.
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