Mañana lunes será la vuelta al cole de mis hijos, tras casi tres semanas de vacaciones por Navidad. Y por primera vez si no recuerdo mal, ninguno de los dos quiere regresar. No es ni por la nieve, ni por sus clases ni por tener que levantarse más temprano, sino por tantas horas seguidas de mascarilla en esas jornadas partidas que se han mantenido a lo largo de la pandemia. El Principito se queja además de que no puede -en este caso, atendiendo a la normativa vigente- practicar ese balonmano que tanto le gusta, durante esa hora larga que tiene libre después del comedor; la Sirenita, del eritema facial que le genera su máscara.
Sin duda, no haberles podido ayudar a conseguir una jornada continua ha sido mi mayor fracaso como epidemiólogo desde que todo empezó, a pesar de contar a mi favor con el sentido común, ese principio de precaución que debería regir en cualquier intervención de Salud Pública, el ejemplo de otras Comunidades e incluso el voto favorable de la mayoría de padres/madres de nuestro colegio. De hecho, cualquiera que nos conozca sabe que me he desvivido ayudando en lo posible -siempre dentro de mis competencias- a cuantos lo han requerido... Sin embargo, ayudar a mis propios hijos me ha resultado imposible. Por encima de mi nivel técnico hay otro superior en el que se toman las decisiones, al que ni tengo acceso ni muchas veces comprendo.
De ahí que al cansancio que en estos momentos acumulo, sume esa decepción personal. Y de ahí también que admita que esté moviendo hilos para cambiar, para dejar mi puesto de epidemiólogo en cuanto pueda, para emprender otra labor en la que sentirme más realizado. Nadie es imprescindible en ningún cargo y de seguro que quien venga lo hará tan bien o mejor que yo.
En lo que sí que no cambiaremos nunca es en esa costumbre familiar de contarnos un cuento antes de dormir. Eso depende de mí, sin ningún cortapisas ni nivel por encima. Y en eso, Principito y Sirenita, sabéis sobradamente que jamás os fallaré.
1 comentario:
Espero, Manuel, que tus hijos puedan optar cuanto antes a la jornada continua. Yo la disfruté durante muchos años de docencia. Y me alegro que sigas contándoles antes de dormir. El placer de leer, escribir y contar, es también para mí, como me consta que lo es para ti, un refugio irrenunciable al que poder acudir en estos difíciles tiempos de pandemia.
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