En estos tiempos de verdades absolutas, todos cultivamos un negacionista en nuestro interior. Los hay quienes siguen creyendo que la Tierra es plana -de hecho, alguien aseguró que aún son mayoría entre la población mundial-, que el presidente Kennedy sobrevivió a su propio atentado, que ningún hombre pisó jamás la Luna, que incluso antes de esta pandemia las vacunas no salvaban vidas -pese a haberse constatado que solo la potabilización del agua ha generado mayor beneficio al respecto-... Y en mi caso, que Elvis Presley ni siquiera falleció. Lo digo totalmente convencido. Solo así se explica que su música haya formado parte en tantísimas ocasiones de la banda sonora de mi vida.
De su mano afrontaría aquel primer baile de graduación -Heartbreak Hotel-, el adiós a nuestros padres tras su accidente -Always on my Mind-, ese camino que lleva hasta el altar -Can't Help Falling in Love-, e incluso algún cuentacuentos que, bajo la mediación de Cáritas, realicé en el Centro Penitenciario de Daroca -Jailhouse Rock-.
Porque hay presentes como la Música o el significado de otra Navidad que nunca morirán. Sean del color que sean. Y si no, ahí está esa melodía suya titulada Blue Christmas para recordárnoslo cada vez que lo olvidamos.
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