En aquel paseo con Nicasio por la ribera del río Bernesga me contaba, desde su condición de docente, el efecto positivo de esos programas que permiten realizar test mediante ordenador obteniendo su calificación de manera inmediata.
- ¡Nada más terminar, pulsas una tecla y sale la nota que has sacado!
Asumiendo mi condición de no docente, pero desde mi sentido común -que, por supuesto, puede estar equivocado-, le replicaba exponiendo que quizá con ese sistema nos estemos educando en la inmediatez, en ese ¡lo quiero ya!, con los riesgos que tal actitud genera. Nuestra generación esperó siempre hasta saber cómo le había ido en sus exámenes y tampoco ocurrió nada malo. De hecho, esa celeridad posee poder adictivo que, por ejemplo, se manifiesta en ciertas ludopatías: los juegos con premio inmediato generan más adicción que aquellos diferidos... Y desde luego, en este mundo de tantas prisas, saber aguardar constituye una virtud.
En ese encuentro de Balonmano Infantil que esta mañana ambos compartimos como espectadores, viendo al Abanca Ademar León Promesas de mi hijo Manuel contra uno de los equipos del IES Universidad Laboral de Zamora, llamó nuestra atención la paciencia con que a esta edad ya juegan muchos de sus integrantes, controlando los tiempos y elaborando jugadas hasta encontrar la mejor opción de tiro. Es cierto que, como advirtiera Nicasio, la rapidez resulta clave en cada contraataque e incluso si eres muy lento los árbitros pueden sancionarte por juego pasivo... pero en este deporte, como en todos, ese saber esperar -que tanto entrenan con sus técnicos- parece signo de inteligencia. Si no, ¿para qué se crearon los tiempos muertos?
De manera que, argumento y contraargumento, al final concluimos que tal vez en su gestión responsable estuviera la virtud, dejando en tablas nuestro debate.
En cuanto al resultado del partido: solo por la ilusión demostrada, hoy han ganado los dos. Eso sí: ¡sin muchas prisas!
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