jueves, 13 de agosto de 2020

El violinista del Titanic

A menudo preferiría no conocer los estragos que el cambio climático está causando en nuestro planeta. Ser capaz de ignorar que este mismo año, la temperatura en la Antártida el día seis de febrero rozaba los 20º C -¡máximo histórico, después de un mes sin nevar!- cuando debería estar a 0º C, que el 22 de junio Siberia batía sus registros superando los 38º C, que cada vez es mayor el número de refugiados climáticos como consecuencia de la sequía que arrasa el África Subsahariana...
A menudo quisiera no creer que esta pandemia de Coronavirus tiene su origen en el deterioro medioambiental, al haberse roto esa barrera defensiva que constituye la Naturaleza, aumentando con ello las interacciones entre el ser humano y otros animales salvajes poseedores de microorganismos propios...
A menudo elegiría no formar parte del proyecto León libre de plásticos de la asociación EducAmor?, dejar de organizar batidas en la playa para limpiar nuestras costas o sentirme indiferente ante cualquier lata arrojada a la montaña...
A menudo me gustaría desconocer que ya no queda ningún ecosistema marino sin contaminar, que los mosquitos invasores causantes de tantas enfermedades colonizan nuevos hábitats -¡atención a esa Fiebre del Nilo que avanza por el sur de Europa!-, que el nivel de nuestros mares está subiendo por el deshielo o que los calefactores de las terrazas de los bares contribuyen a ese calentamiento global, al haberse estimado que solo una de ellas equipada con cuatro braseros emite durante una jornada tanto CO2 como un trayecto en coche de 350 kilómetros.
Ayer el tiempo nos dio una tregua entre dos olas de calor. Aun lloviendo y con el cielo encapotado, la temperatura en mi ciudad osciló entre los 14 y los 27º C. Evidentemente, no hacía frío o en su defecto nada que no remediase alguna chaqueta. Al pasar por varias terrazas de su centro urbano, observé numerosos calefactores encendidos. Tenemos derecho a estar calentitos, que nos dijera aquel conocido al saludarle. En algunas ni siquiera había clientes alrededor.
A menudo me siento como ese violinista del Titanic, que acabara embelesado con su música mientras el barco se hundía... Y entre tanto, por si alguien me escucha, seguiré tocando. Respetuoso con ese derecho a estar calentito, pero preocupado porque al final nos vamos a quemar.

2 comentarios:

Silvia Cortés Ramírez dijo...

Qué tristeza, se me cae el alma leyendo este texto cargado de razón y desesperanza ...

Manuel Cortés Blanco dijo...

Buenos días, prima. En efecto, a veces me embargan esos mismos sentimientos cuando veo lo que le estamos haciendo a nuestro planeta y, sobre todo, al constatar que ni siquiera nos enteramos. Y el mayor problema es que no viéndolo no resolvemos nada. En fin... Seguiré escribiendo al respecto aunque a menudo me sienta como aquel violinista del Titanic. Cuídaos mucho que os queremos mucho.