Me alegré mucho cierta mañana en Córdoba al constatar que esa chica sentada en algún parque leía la novela Justicia de mi madrina literaria -así la he considerado siempre por lo mucho que me ayudó en mis comienzos como escritor- Marisa Azuara... Y otro tanto en aquel trayecto en tren desde Barcelona, tras comprobar que ese ejemplar que portaba el viajero de al lado era precisamente La sombra del Faraón, de nuestro amigo Santiago Morata.
De ahí que cuando Manuel pequeño vino a decirme que en la playa de La Lanzada -nuestra elegida para desconectar unos días de la tediosa rutina- había cierta joven leyendo algún libro mío, me llevara esa sorpresa teñida de satisfacción.
Porque, en efecto, así fue. Aquella muchacha releía mi obra Cartas para un país sin magia (Ediciones Irreverentes), compartiendo más incrédula que yo que le había gustado mucho, que le pintó mil sonrisas y que incluso lo había regalado entre sus amistades. Ni a ella como lectora ni a mí como escritor, nos había ocurrido nunca un encuentro así. Por supuesto, quedó constancia de ello en la fecha de su dedicatoria. Y es que esta Vida nuestra, incluso estando de vacaciones, acostumbra a sorprendernos a base de casualidades.
lunes, 3 de agosto de 2020
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