Dejaba mi teléfono de guardia a las ocho de la mañana del lunes 17 y lo volvía a tomar a las tres de la tarde del viernes 28. Durante estos días de supuestas vacaciones, reconozco que he descansado, pero no he sabido desconectar. Quizás en ello haya influido el tener constancia de que la situación epidemiológica de esta pandemia en mi Área Sanitaria ha empeorado sensiblemente. Y lo peor, es que lo presentía.
En mi opinión -y como tal, admito que puedo estar absolutamente equivocado-, en esta lucha desigual contra el Coronavirus chocamos frontalmente con al menos tres muros:
1.- De actitud poblacional. En el ejercicio de mi profesión, he abordado brotes en África (Cólera, Benin 1991), América (Fiebre tifoidea, Perú 2002), Oriente Medio (Yala-Yala y Poliomielitis, Afganistán 2009)... En todos ellos la población afectada siguió a rajatabla nuestras recomendaciones y todos se lograron controlar. No recuerdo ningún reproche negacionista, ningún ídolo de masas que nos cuestionara, ningún artículo en contra. Y mucho menos, episodios de violencia como el que me han declarado este fin de semana, cuando dos agentes encargados de velar por su cumplimiento fueron agredidos brutalmente al requerir en un grupo el uso adecuado de sus mascarillas.
2.- De tiempo. Aunque parezca tarea fácil, formar a un epidemiólogo conlleva una inversión. En mi caso, seis años de carrera (Medicina), cuatro de especialidad (Medicina Preventiva y Salud Pública) y otros dos específicos (Máster en Epidemiología Aplicada de Campo). En total, doce. Es cierto que existen atajos, pero en cualquier caso se trata de un proceso largo. Además, al abordar poblaciones y no pacientes, con frecuencia se nos ha considerado sanitarios de nivel inferior, como lo demuestra el no reconocimiento de nuestra carrera profesional. Hasta hace unos meses, la mayoría de las personas ni siquiera sabía que existíamos.
Con todo ello, no es de extrañar que seamos tan pocos, que no cubramos ni de lejos las ratio recomendadas por la Unión Europea, que a menudo estemos literalmente desbordados.
Sé que desde la Administración se está formando personal a toda prisa... Lo que no sé, por simple lógica, si llegaremos a tiempo de algo.
3.- Económicos. Sin duda, disponer de una buena Salud Pública cuesta dinero. Tenemos los mimbres para ello, pero debe invertirse más. En formación, en medios, en personal. Aun cuando este virus no entienda de estatus, estoy convencido de que aquellos países que lo hagan bien, saldrán antes adelante. Y es que, desde el respeto y sin caer en vanidades, tampoco resulta normal que -como ha compartido cierta compañera- para cubrir algunas guardias debamos abonar más por hora a quien cuida de nuestros hijos que lo que por ellas nos pagan a nosotros.
En cualquier caso, toca seguir. Y seguiremos. Esta noche, pegado al teléfono. Mañana, a primerísima hora, desde mi despacho. Porque no dejaremos de combatir contra esta pandemia que en verdad nos ha dado visibilidad... pero que a ratos me está dejando sin sonrisa.
domingo, 30 de agosto de 2020
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