Cualquiera que me conozca sabe que tanto en lo personal como en lo profesional suelo cumplir con la norma establecida. Así, acostumbro a poner el limitador de velocidad de nuestro coche en los 120 km/hora cuando viajamos por la autopista, procuro estar al día en los plazos que marcan las distintas administraciones o dejamos de tocar el trombón en casa a las nueve de la noche, pues esa es la hora límite establecida.
En el trabajo, y especialmente en tiempos del Coronavirus, ha sucedido otro tanto. Siempre fiel al protocolo o a la última estrategia, considero que el mejor camino para recuperar la normalidad asienta en ajustarse a sus criterios. No en vano, ¡la de brotes que hemos declarado por ir algunos a su libre albedrío!
Nunca pretendo con ello ser ejemplo de nada. Incluso puede que parezca aburrido... Pero es mi manera de ser y tan solo pido que se respete.
Aunque con limitaciones y a sabiendas de ciertos riesgos -como el dato de que apenas un 30% de la población esté vacunado y la variante Delta ande al acecho-, desde el sábado 26 de junio, el uso de la mascarilla no es obligatoria en espacios abiertos. Así lo establece la ordenanza sanitaria vigente. Y en base a ella, paseando por la calle u otros lugares al aire libre que no estén masificados, he decidido quitármela. Además de porque está permitido, lo hago por varias razones: por necesidad psicológica, por la incidencia en mi municipio, porque como afirma nuestro amigo, el virólogo Estanislao Nistal, las situaciones peligrosas se producen cuando la gente se reúne en espacios cerrados, no en la calle, y más aún teniendo en cuenta que en verano con las temperaturas altas y la humedad en el aire baja, se reduce mucho la transmisión y la carga viral.
En este contexto, ayer por la mañana cierto señor me increpó al cruzarme con él en una avenida poco transitada con aquel ¡Ponte la mascarilla!, seguido de tres o cuatro improperios. Esta misma tarde, al comentarlo con ese compañero de andanzas llamado Nicasio, recriminaba también mi actitud con un ¡Tú deberías llevarla para dar ejemplo! En ambos casos, subrayando que siempre la utilizamos en ambientes cerrados, de haber aglomeraciones o simplemente de estar indicado, les he remitido a ese respeto al que antes me refería. Y es que, como dijera aquel genio llamado Sean Connery, mi mejor norma social es tratar a todo el mundo igual que quisiera que me trataran a mí.
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