He visto en su muro de Facebook que una escritora a la que leo y admiro ha cerrado su cuenta de Instagram porque "dos personas han creído conveniente utilizar la red y sus palabras para insultarle gravemente". Algo similar le ocurrió hace unos meses a un profesor amigo, quien también acabaría abandonando su canal de Youtube. O a mí mismo hace dos años, cuando salí de Twitter porque alguien se empecinó en salpicar de ideología mi literatura.
Estos hechos generan una notable tristeza al constatar que dichas redes se convierten en un medio para el insulto fácil, amparado demasiadas veces en el anonimato. La libertad de expresión no es eso, ni mucho menos. Además me queda la impresión de que con nuestros cierres la intolerancia -y con ella la ignorancia- gana poco a poco dominios en Internet.
Vaya desde aquí mi apoyo a esa escritora y a cuantos han recibido algún tipo de acoso a través de las redes sociales. Somos muchos los que, como ella, creemos en el poder de la palabra. Y desde esa creencia, denunciamos cuánto nos preocupa semejante sinrazón.
martes, 29 de enero de 2019
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