Nos ocurrió en el siglo pasado durante la subida al Vignemale -3.298 metros de altitud-, la cumbre más alta del Pirineo francés. Luce el sol. A mitad de la ascensión, nuestro equipo de montañeros aragoneses se topó con otro equipo bretón en el que uno de sus miembros se había precipitado desde una altura indeterminada. En mi condición de médico, le exploré e intuí que presentaba una fractura de tibia. Así se lo hice saber. Inmovilizamos su pierna lesionada y les propuse avisar a un helicóptero de emergencias, a fin de que procedieran a su evacuación. Desde un punto de vista sanitario parecía lo indicado. Sin embargo, ninguno de ellos quiso, bajo el argumento de que no disponían de seguro y en tales condiciones deberían abonar ese servicio. Así que, formando una especie de sillita de la reina y bajando poco a poco a su compañero accidentado, ellos mismos realizaron el traslado.
Por otro lado, nos sucedió después del confinamiento durante una excursión senderista por la montaña leonesa -1.500 metros de altitud-. Reina la niebla. Durante nuestra ruta familiar, encontramos a tres personas juntas, una de las cuales se ha torcido su tobillo al saltar alguna acequia. Me presento como médico, procedo a su exploración y le diagnostico un esguince leve -a lo sumo moderado- en su articulación. Como suelo hacer en mi praxis asistencial, le recomiendo lo mismo que en tal caso recomendaría a nuestros hijos: que al no ser excesiva la distancia ni el terreno abrupto, vuelvan sobre sus pasos andando poco a poco, con apoyos y sin forzar, hasta alcanzar su coche. Luego, por precaución, que acudan a algún centro sanitario para otra valoración. Su propia bota haría de fijador.
Entonces, el más mayor sugiere:
- ¡Y si llamamos a un helicóptero para que le evacúen!
Yo les explico que, en mi opinión, su lesión no es tan grave como para eso, que con cuidado podría deambular... Además -desde la experiencia de acumular cientos de horas como médico de vuelo-, movilizar cualquier aeronave de emergencias, con su personal, en esas condiciones de escasa visibilidad podría resultar peligroso.
- ¡Pero a mí me duele! -insistió la persona herida.
- ¡A fin y al cabo, solo reclamamos nuestro derecho! -replicó el más joven.
A pesar de mis argumentos repetidos, decidieron avisar por su cuenta al Servicio 112, desde el cual acabaron movilizando al referido recurso. De hecho, mientras seguíamos por la senda, le vimos dar mil vueltas tratando de aterrizar... Al día siguiente leeríamos tal noticia en la prensa local: Rescate de riesgo a una montañera accidentada... Podía haber sucedido algo. Y es que el verdadero riesgo estuvo en la meteorología.
Al vivir esta experiencia revivo aquella del Pirineo francés. Quien realmente lo necesitaba -allí a falta de seguro- no lo quiso por si debía pagarlo... y quien no -aquí, eso sí, sabiendo que era gratuito-, lo demandó aireadamente pues le parecía de justicia.
Como expusiera Nelson Mandela, privar a los seres humanos de sus derechos es poner en tela de juicio su propia humanidad. Totalmente de acuerdo. La consolidación de muchos de esos logros nos ha costado demasiado como para dar ningún paso atrás. Lo malo viene cuando -quizá de manera inconsciente- anteponemos nuestro ego y acabamos abusando de ellos.
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