Este fin de semana lo hemos aprovechado para montar en casa nuestro árbol de Navidad. A ocho manos y con música de fondo, le pusimos luces, bolas plateadas, detalles de todo tipo... Incluso el paisaje quiso sumarse a la estampa, regalándonos un tiempo cargado de nieves.
Como el frío apremia fuera, después de degustar otra pizza calentita, celebramos lo bien que nos quedaron los adornos disfrutando una película de aventuras. Dado que este curso ha empezado a jugarlo, nuestra Sirenita nos retó luego a una partida de ajedrez. Era la primera que me hacía, pues hasta ahora sus clases se limitaron a mover los peones hacia delante o sus alfiles en diagonal. Y entre tanto entusiasmo, los consejos de su hermano sobre el llamado jaque pastor y algún despiste mío consentido, podemos anunciar que debutó con victoria. Se alegró mucho; quizá demasiado. No cabe duda de que en todo proceso educativo, además de a jugar, hemos de enseñarles a saber ganar.
Y empezamos a escribir nuestras postales de Navidad. A ser posible a lápiz sobre tarjeta, con algún dibujo incluido; que en estos tiempos tan digitalizados, cada vez valoramos más aquello que se hace a mano poniéndole corazón.
Esa cena mexicana, algún partido de fútbol televisado, otro de balonmano suspendido, aquel chocolate con churros... En definitiva, un fin de semana como otro cualquiera, haciendo lo que siempre procuramos: compartir.
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