Érase una vez, durante algún guateque de domingo en esa ciudad bimilenaria, que cierta chica llamada Dorita y cierto muchacho de nombre Manolo se conocieron. Alguien dijo que les presentó una canción de ese tal Elvis, famoso por sus movimientos de cadera, si bien hay quien asegura que la música de fondo la pusieron realmente Los cinco latinos.
Tras un breve garbeo por la pista y acompañados en todo momento por esa amiga Matilde que hizo las veces de carabina, ambos jóvenes compartieron charla, sonrisas, aquella limonada y otra promesa de verse en jueves, al ser ese el día en que ella libraba.
Dorita, cual mismísima Cenicienta, ni siquiera pudo cerrar el baile, pues debía regresar a la casa donde servía para preparar su cena. Manolo, cual mismísimo Peter Pan, quedó ensimismado ante tanta dulzura, como pidiéndole al mundo que se detuviera.
Y es que aquel tres de noviembre de hace tantos o tan pocos años, mamá y papá empezaron a escribir su cuento de vida... pues tal día como hoy se conocieron. De hecho, estarían de aniversario, y de seguro que nosotros junto a ellos. Uno al lado del otro, conjugando todos los verbos que riman con compañía. Así fue hasta el final.
El poeta Néstor Hernández asegura entre versos que solo existe aquello que se recuerda. Y si nosotros seguimos recordando su historia de amor, será sencillamente porque sigue existiendo.
1 comentario:
Manuel, que bonito, y que lindo, poder sentir y recordar eso al cabo de los años.
Publicar un comentario