Como socio de base del Teléfono de la Esperanza recibo periódicamente su revista A Vivir; una publicación de lo más interesante, con artículos actuales, oportunos y entretenidos que nos ayudan a tomar perspectiva en estos tiempos tan marcados por las prisas. En su número de otoño aborda asuntos de primer orden como el de esa plaga oculta llamada suicidio, nuestra salud emocional o la situación de los jóvenes ante cualquier crisis.
Entre sus noticias más relevantes se encuentra la del premio que esta asociación ha otorgado al psiquiatra Luis Rojas-Marcos por su trabajo en favor de la salud mental y su compromiso con los más desfavorecidos. Sin duda, totalmente merecido. De hecho, además de admirar su labor humana y profesional, me he sumado a su petición realizada a la Real Academia de la Lengua para que acepte en nuestro vocabulario el verbo voluntariar, tal y como existe en otros idiomas -por ejemplo, en inglés con voluntee-. El propio Rojas-Marcos ha esgrimido en multitud de ocasiones las ventajas de conjugar tal infinitivo, a sabiendas de que la persona que realiza una hora de voluntariado a la semana, duerme mejor, tiene menos ansiedad y abusa menos del alcohol... O como aseguraría cualquiera de los personajes de mis cuentos, ejercer de voluntario constituye un auténtico búmeran: cuanto tú das, te acabará volviendo con creces.
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