Conozco muy bien a cierto sanitario que, en el ejercicio de sus facultades, a principios de año tuvo un contacto de riesgo COVID19 difícil de evitar con algún paciente al que atendía. Siguiendo la estrategia vigente y dado que tenía su pauta de vacunación completa, en principio quedó exento de cuarentena, si bien durante los diez días siguientes al referido contacto redujo todo lo posible sus interacciones sociales, utilizando de forma constante una mascarilla al menos de nivel FP2. De hecho, llegó a llevar una vida completamente al margen de su familia. Sin besos, sin abrazos, durmiendo y comiendo a solas, pero siempre con la comprensión de los suyos, quienes sabían de sobras que lo hacía por su bien.
Asimismo, aquel sanitario permaneció atento a la aparición de síntomas compatibles -que por suerte no los hubo-, haciéndose las dos PCR pautadas con resultado Negativo -una al principio y otra al final-. A mayores, y al desarrollar su labor profesional en un centro hospitalario, por indicación de su Servicio de Salud Laboral extremó las medidas de prevención durante su tarea asistencial, utilizando los equipos indicados, evitando en lo posible el contacto con pacientes vulnerables y realizándose al punto de cada mañana un test de Antígenos, en todos los casos con resultado Negativo. Recuerdo que, justo después de comprobarlo, le enviaba a su mujer una foto del autotest para que estuviera tranquila.
En verdad, me consta que durante esas jornadas aquel sanitario se cuidó con responsabilidad, a sabiendas también de que -al margen de evitar una posible transmisión que luego no ocurriría-, haber cogido la baja médica supondría que otro homólogo con su agenda hipercargada tuviera que suplir su trabajo o -en el peor de los casos- los pacientes que tenía citados debieran volver a casa sin atención, engrosando con ello las malditas listas de espera.
Sé bien que en esos días hizo demasiados nervios. La contractura que aún sufre en su cuello, indómita a tantos miorrelajantes, parece el resultado de dicha tensión. Por suerte y salvo eso, todo acabó bien.
Sin embargo, esta mañana aquel mismo sanitario andaba por los pasillos del Hospital y al verle alguien con su bata blanca -probablemente otro paciente despistado- le detuvo para preguntarle dónde pedir cita para una prueba concreta. Él no lo supo -tampoco tenía por qué saberlo- y cortésmente así le respondió... a lo que el sujeto reaccionó ante su persona de manera tan grosera -hubo insultos contra los médicos- como desmedida -hubo gritos prolongados en el tiempo-. Y es que, últimamente, otra de las pandemias que estamos padeciendo es la de esa sobredosis de crispación.
De ahí que este sanitario -cansado como tantos-, aun cuando le apasiona una profesión tan vocacional y seguirá ejerciéndola responsablemente hasta el último de sus días, a solas nos confiesa con tristeza que si volviera a nacer elegiría cualquier otra. Quizá la de mago, consistente en sembrar sonrisas. A fin de cuentas, también tiene su encanto hacerte invisible de rato en rato aunque solo sea para ver qué cara pondrán los demás cuando tú ya te hayas ido.
2 comentarios:
Gracias Manuel. Me alegro de que haya personas como ese sanitario generoso que antepone su deber y solidaridad a la comodidad de quedarse unos días sin trabajar a pesar de que sintomáticamente no los necesita.
Es una suerte que tenemos esta sociedad el contar con personas que se diferencian de otros por su paciencia y comprensión hacia los demás, aunque se le trate a veces de forma que no se lo merece.
Un abrazo
Si Manuel, lo de "otra profesión" me suena y lo diremos tantas veces......como no sentidas. Nos debemos a los seres humanos siempre a pesar de estar enfermos y fallecer, profesión grande, tierna y querida
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