Ahora que mi hijo juega la liga regular del Campeonato de Castilla y León de Balonmano, categoría Infantil, con su Abanca Ademar León Promesas, me pide muchas noches -después del último cuento- que comparta con él los detalles de aquella vez en que el equipo de mi colegio -nuestro glorioso Jerónimo Zurita- se proclamó campeón escolar de Zaragoza en ese mismo deporte. Ocurrió hace tantos años que a menudo relleno los huecos de mi memoria a base de heroicidades. En aquella final ante Marianistas, fui yo quien robó el último balón del partido para acabar marcando contra pronóstico ese gol de la victoria.
Y en otra semifinal que ayer le narraba, ante un Corazonistas claramente favorito, remontamos seis goles de desventaja sencillamente porque nunca nos rendimos.
Detrás de cada lance recordado, de cada jugada compartida o incluso de cada proeza imaginada, pretendo transmitirle esos valores deportivos que yo aprendí por entonces: que disfrute y ame aquello que practica, que el éxito solo llega detrás del esfuerzo, que confíe siempre en sí mismo -además de en sus técnicos y sus compañeros-, que por duro que parezca nada resulta imposible... Y sobre todo, que en la vida -como en el Balonmano- unas veces se gana y otras ¡se aprende!
Para esta noche pensamos rememorar aquel encuentro de cuartos que ganamos holgadamente contra la plantilla del Joaquín Costa. Creo que les vencimos por más de diez tantos. De ahí que tocará repasar el respeto hacia cualquier adversario, esa nobleza sobre la cancha que acostumbra a disfrazarse de humildad y algo muy importante que -por difícil- demasiados adultos jamás aprendieron: saber ganar.
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