Aun cuando no fui voluntario en la limpieza de las costas gallegas en aquel desastre causado por el petrolero Prestige, sí participé a posteriori en un estudio de cohortes para valorar el daño que podría causarles su exposición al chapapote. Gracias a eso supe que cuando los ánimos bajaban ante la magnitud del vertido, siempre había alguien que prendía boca a boca esa palabra de aliento: ¡Alegría!
Durante aquella misión en tierra hostil, como equipo sanitario responsable de evacuar en helicóptero las bajas médicas que hubiera, a veces el ímpetu decaía. Entonces siempre surgió alguien chocando puño con puño, que pronunciaba esa oración -sé por las clases del Principito que son enunciados con verbo- que nos lo devolvía: ¡Somos un equipo!
En estos tiempos del Coronavirus, cuando la energía parece difuminarse, siempre aparece alguien que da codo contra codo pronunciando esa frase -ahora lo sé, enunciados sin verbo- que desde el inicio compartimos: ¡Ánimo y fuerza!
Porque ánimo y fuerza es que -con todo cuanto estamos viviendo- alguien te regale su sonrisa, su tiempo, su saquete de castañas... que alguien te envíe por correo esa manualidad que me ha dedicado, ya no para que te acuerdes de él, sino para que nunca me olvide de mí... que muchos alguienes nos remitan un wasap cada día, deseándote sencillamente eso: que tengas un buen día.
Ese ánimo y esa fuerza resultan imprescindibles para seguir. Al menos para nosotros. Estoy convencido de que solo desde su magia saldremos antes de esta... Y es que, sea en modo de frase u oración, nos queda aún mucho por compartir.
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