Le conocí en mis tiempos de residente durante un congreso de Medicina Tropical. Él impartiría la última conferencia. Y yo, después de quedar embelesado con sus palabras y aguardar una larga fila para que me firmase aquel ejemplar suyo que nos habían regalado, me presenté ante él confesándole que al menos compartíamos tres amores: África, los viajes y la Literatura. Recuerdo que sonrió, asegurando que los libros y esos viajes solo son buenos si al final te cambian.
La segunda vez que coincidí con Javier Reverte fue unos años después en la presentación de una de sus novelas en el Ateneo de Madrid. En aquella ocasión acudí acompañado de mi mujer. Y tras quedar ambos ensimismados con su oratoria y guardar una enorme cola para que nos dedicase aquel volumen que acabábamos de comprar, me volví a presentar bromeándole con que hay amores que nunca se podrían compartir. Recuerdo que sonrió con ganas, mientras respondía que solo era un poco más viejo que la última vez que nos vimos... pero mucho más sabio.
Esta tarde de otoño, como otra hoja más que cae de ese árbol maldito llamado Año 2020, he sabido de su adiós. Que pausada y silenciosamente tomó algún bártulo, otra brújula y esa pluma para emprender su último viaje. Alguien aseguró que la propia África -esa a la que concediera un aurea especial y la tersura de un sueño infantil- está ahora mismo llorando.
Javier Reverte. Tuve el honor de compartir con él la lectura de sus libros, tres amores confesables, alguna frase entrañable y dos sonrisas sinceras. ¡Volveremos a encontrarnos en el camino, maestro!
Entre tanto, descanse en paz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario